Entre 137 y 139
No puedo soportarme
Alárgame la mano
hasta el rincón cerrado
en donde guardas Tú las cosas buenas,
las cosas dulces, Madre.
Mira que yo te he visto
cómo escondías
la sencillez
entre las cosas buenas, entre las cosas buenas.
Abreme, Madre
la puerta. Y en tus brazos levantando mi mano
la cogeré.
Amar sencillamente,
y gozar la alegría
de un amor sin trastiendas.
Amar con ignorancia de chiquillo
las cosas buenas.
Me dejarás con ella enredada en las sábanas
agarrada muy fuerte de la mano
si quieres, Madre, que me duerma pronto.
Tengo el alma abierta
y no se si sale
o no se si entra
un aire con silbos de paz y tristeza.
Tengo el alma quieta.
Y tiemblan las ramas del malinche rojo
sin luz. Tarde muerta.
El lago cortado
con voz (¿hoz?) amarilla de hojas de palmera.
Alguna ola es blanca
-no se si entra o sale- en la tarde muerta.
No llegan las olas
ni los montes mudos, de grises siluetas.
Quizá no me muevo
quizá mi alma espera
algo muy lejano, que no vendrá nunca
un amor,
un beso que nunca se acerca.
Quizá no estoy triste
quizá mis deseos ni salen, ni entran.
Cuando iba al pozo por agua
a la vera del brocal
hallé a mi Dicha sentada.
Samaritana:
¿dónde están los ungüentillos
de nardos que te aromaban?
Hallé a mi Dicha sentada
a la vera del brocal
cuando iba al pozo por agua.
Ay Samaritana mía
si tú me dieras del agua
que tú bebiste aquel día.
Toma el cántaro y ve al pozo
no me pidas a mi el agua
que a la vera del brocal
la dicha sigue sentada.
Estrellitas de nieve,